Decía Andy Warhol que en realidad, más que el tiempo, es uno el que cambia las cosas. Y el tiempo pasa, inexorablemente, con sus correspondientes individuos avispados que irrumpen con creaciones que vienen a comer el terreno, en el eterno proceso de transformación de la sociedad. Es un hecho que pasa a todos y a todas las profesiones. Ayer, durante unas horas, se echaba de menos a los taxistas por las calles de la ciudad. Es humano y natural que parasen sus ruedas, en pie de guerra contra otras ruedas, privadas y que operan, como ya lo hace gran parte de nuestros hábitos cotidianos, a través de aplicaciones móviles.
En la pequeña pantalla también se vive mutación, desde que la banda es ancha, en una variación de consumo correspondiente al imparable consumo online. Pero más que cambios hablemos de evolución, una realidad que siempre ha estado presente en la historia, con sus conflictos correspondientes. Le pasó al periódico cuando nació la radio. Hoy el papel tiende a la baja, pero su encanto, como el del libro jamás será sustituido por un dispositivo electrónico. Las ondas televisivas se asustaron mucho en el momento de su aparición a las radiofónicas, que creyeron estar condenadas a la extinción. Hoy la mitad del país continua despertando con una oreja pegada a ese receptor entrañable llamado transistor que le informa o entretiene. Y a la tele, le ha tocado convivir con el streaming y de momento no ha muerto, ni parece que vaya a hacerlo. De hecho muchos lo han aprovechado y han visto en la amenaza, negocio. De la televisión convencional ya sólo consumo el directo y cada noche paso mi momento de ansiedad cuando tengo que escoger que ver entre la inmensidad que me ofrece Netflix o Amazon Prime Video. Qué lejos quedó elegir entre seis cadenas… El desenlace de la supervivencia se encuentra siempre, íntimamente ligado al equilibrio entre adaptarse o morir. Por cierto que los taxis voladores ya están aquí, en dos meses empiezan a volar en Dubai y en Europa parece que los veremos en 2020, y a ver quien los detiene…
