Ya ha llovido todo lo que tenía que llover para que amainase la tormenta mediática provocada por ese error calificado de “histórico” hasta la saciedad. Un momentazo de Óscar que no tiene más, pero que nos ha entretenido con todos sus coletazos en forma de noticias y del cual he aprendido algunas cosas. La primera es plantearme una suscripción a Movistar, porque lo demás es un auténtico calvario, intentar buscar emisiones en la red, pixeladas y que se cortan cada dos minutos. O eso o que nominen a Penélope otra vez y declaren el evento de interés general, para que sea emitido en abierto, ya lo hacen con el fútbol que me interesa bastante menos.
La lección más importante es que los americanos también son imperfectos, ellos, los
reyes absolutos del show business, que todo lo tienen controlado, hasta el ultimo milímetro si de espectáculo hablamos, también cometen errores. No tanto como todo lo que puede dar de si una gala de los Goya, pero con todo el lío de los sobres ya se han acercado un paso y hoy son un poco más humanos.
Otra lección y esta es para todos, es la de no prejuzgar a un Beatty maduro y pensar a priori que la culpa fue de Dick Tracey porque está mayor, todo lo contrario, Warren fue el más astuto al pasarle el marrón a Bonnie Faye Danawey que resuelve pronto y escapa…
Estela de destrucción después, la del empleado de los sobres de Pricewaterhouse que destruye su empleo en el evento y esas caras de drama y desolación de las primeras estrellas en sus primeras filas, dignas de incluir en el temario de Actors Studio, sobre todo la de la adorable Meryl que no se llevó estatuilla pero al menos si un beso en la mano de Javier Bardem.
A destacar el saber estar, deportividad y buen hacer del productor Jordan Horowitz, encargado de anunciar que no era La La Land sino Moonlight, la verdadera triunfadora y por cierto quien no la haya visto que empiece porque es tan dura como recomendable. Conclusión, estos de Hollywood son buenos haciendo guiones hasta cuando improvisan…
