Mañaña de sábado, en un templo magno con mucho mármol, coronado con un gran cúpula azul, con estrellas que simulaban el destino de quien allí acude en búsqueda de alivio. Al final de la ceremonia el maestro de la misma, aprovechando el lleno total, invitó a los presentes a unas convivencias. La sacristía era el lugar anunciado para realizar la inscripción.
Era la última comunión a la que acudía, normalmente en este tipo de eventos social-religiosos suelo llegar tarde, que es la mejor excusa para tomar una caña en la terraza más cercana a la puerta de la casa de Dios. Pero esta vez quería estar.
Me situé más hacia el final, no por la salida cercana, más bien para verlo todo en perspectiva. Y la perspectiva resultó más entretenida de lo que esperaba. El cura era enrollado, y eso acorta un poco lo que se presentaba largo. El comienzo, en plan divulgativo, consistía en lanzar preguntas a los pequeños comulgantes de ocho años que no acertaron ni una. ¿Cómo reaccionaron los discípulos al ver Cristo resucitado?- Con alegría-, dijo uno a lo que el cura replicó – Podría ser pero no… Con miedo y susto, lo dice el evangelio. – Y esa era la cara que se le quedó al chiquillo. Los demás, contentos, porque el altar se convierte en una especie de escenario donde saben, son el centro de todas las miradas.
-Hay gente que paga por ir al spa para encontrar paz pero esto es gratis, aprovechadlo.- dijo el clérigo. Pero la paz se rompió cuando una niña con vestido gipsy, repleto de chapas doradas con todo su sonido en movimiento, que era mucho, empezó a correr arriba y abajo, sin cesar.
Por un momento me la imaginé en el altar bailando Shakira. Pudo ser pero al final no…
Al mismo tiempo, otra niña con un lazo inmenso en la cabeza se tiró al suelo, bajo del banco, semidesnuda de la rabieta, gritaba al padre con vehemencia y lanzaba spinners con fuerza al suelo.
Hitchcock debió añadir las iglesias, cuando dijo aquello de lo complicado que es trabajar con animales y niños…
Mientras, en el altar, el sacerdote iniciaba una coreografía no seguida por los asistentes, con movimiento de brazos arriba, abajo, a los lados y gestos exagerados de negación al son de “Cielo y tierra pasarán más tus palabras no pasarán…”
El audio de la megáfonía no funcionaba bien, era difícil entender la palabra, la del señor o cualquier otra, pero si capte una ofrenda verbal. Estaba dedicada a los gobernantes del mundo, así, en general, para que tuviesen sentido común, Dios la haya oído…
La bancada hablaba, perdía el interés. Todo se desmoronaba, dos años de catequesis preparando el momento y no podía dejar de sentir compasión por el cura, cual cantante que pincha en el concierto después de mucho ensayo.
Pero el final feliz. Fotos, madres, padres, abuelos, primos, besos, abrazos.
Una fiesta pagana genial, con corte de tarta al ritmo de Hooked on a feeling. Mi última comunión no estuvo nada mal.