Con la vista fijada a partes iguales entre la pantalla del portátil y el azul infinito del mar, escribo estas lineas. En mi tierra se dice lo que “va davant, va davant», se trata de una filosofía popular que consiste en disfrutar de los pequeños placeres de la vida y últimamente la llevo a rajatabla. Siempre en la medida de lo posible y de las circunstancias de cada uno, las mías me han traído una vez más, a este paraíso Mediterráneo que es Ibiza para estrenar mi verano 2016…
Los mayos deben ser los nuevos julios, lo digo porque me sorprende la cantidad de visitantes extranjeros que pueblan cada rincón ibicenco, preludio de la invasión vacacional que se vivirá en los próximos meses. La temporada estival empieza el próximo fin de semana con la tradicional apertura de las catedrales de la música electrónica, esas que han hecho que este lugar sea pronunciado desde cualquier punto del globo, superando muy por encima la popularidad de Madrid. Desde aquí se pincha al resto del mundo en una fiesta continua que suena completamente opuesta a la esencia original de la isla. Hace cuatro décadas, cuando todavía no existían los Matutes, habitaban una serie de jóvenes barbudos que vivían en modo libre con el tema del amor y la compañía de los estupefacientes que en el presente también se manifiestan en la zona, pero de una forma desnaturalizada y desligada de la contracultura vivida en el siglo pasado. Hoy la flower power es la marca de un evento nocturno que se exporta a todo el mundo y que ahora se asemeja más a una divertida fiesta de disfraces de baúl.
De lo de antes no queda casi nada, lo pienso mientras observo desde la terraza donde me alojo en Cala Codolar, un bosque verde y frondoso mediterráneo al oeste de la isla, un lugar que algún día refugió a esos chavales que huían del reclutamiento u otras imposiciones de la época que les tocó vivir.
Me cuenta con nostalgia una rubia madura nativa ibicenca, cuya cara refleja un pasado de gran belleza y mucho disfrute, que los originales están casi extinguidos y que se pueden contar con los dedos, porque se han ido muriendo hasta quedar un reducto que hoy vende sus artesanías en el mercadillo de Sant Joan. El de las Dalias me dicen que ya es postureo temático para el agrado del turista. Los hippies de verdad han desparecido engullidos por el ladrillo de oro y las zonas VIP.
Por las tardes me encanta despedir al sol desde el Sunset Ashram en Cala Conta, el acento que me rodea es internacional y al ritmo del Dj , todos disfrutamos igual, gafas de sol puestas y copa en mano, a un precio prohibitivo que no sería de otra manera, si no fuera por eso de vivir el momento, una y otra vez, muy lejos del pasado…