Nunca tuve la suerte de conocer a mis abuelos, ambos fallecieron cuando mis padres eran adolescentes. De ellos me han llegado muchas palabras e historias transmitidas de viuda a nieto y los recuerdos de mi madre y padre. Ellos, los que me dieron la vida, son la unión de las dos Españas. Mi yayo paterno tuvo una vida acomodada en tiempos de Franco gracias al duro trabajo que suponía abastecer de carne a buena parte de Alcoi, incluido el cuartel del ejercito. Antes de la dictadura, estuvo en la prisión de San Sebastián de los Reyes, por azul. Mi abuelo materno era del bando contrario y también estuvo en la prisión, en Alicante, por ayudar a las familias golpeadas por el totalitarismo y porque pensar, entonces era delito. Estoy seguro que los dos, tan diferentes, eran buenas personas, a ambos se los llevó pronto el cáncer y seguramente nunca se conocieron, porque entonces la vida que te tocaba vivir estaba marcada por un color y sólo habían dos.
Gracias a lo que fueron hoy soy, la reflexión raíz me vino al conocer, por casualidad, a Fernando Llanos. Después de un invitación en forma de tuit, me acerqué a La Rambleta para ver Matria, una cinta en la que el nieto realizador indagó y descubrió, con la oposición de su familia, quien fue Antolín Jiménez Gamas, su abuelo, el padre de su madre sufridora. Me mantuve pegado a la butaca conociendo el origen de las estructuras políticas mexicanas dominantes, con el hilo conductor de un señor que fue revolucionario al lado del mismísimo Pancho Villla, para pasar a ser después masón, tres veces diputado y creador de un ejercito de charros dispuestos a defender la patria ante una hipotética invasión nazi. Pocos abuelos superan este curriculum , laboral, porque en el sentimental, las hazañas y el éxito se convertieron en sufrimiento para sus mujeres y familia que convivieron con su ausencia.
Se encendieron las luces de la sala y ahí estaba el nieto, vestido de charro, el traje no era de su abuelo que llegó a tener una buena colección, su viuda los vendió todos para vivir. Fernando se mostraba orgulloso, le acompañaban su mujer y su hijo, muy pequeño, él es el último Llanos y de mayor sabrá que la herencia económica y afectiva de su bisabuelo no fue muy generosa, pero que dejó un testamento descubierto por su padre, que es historia y guión llevado a la gran pantalla.